Tomás Ricardo Rosada Villamar
Hace unas semanas viajé a México. Antes de ir al aeropuerto para volver a casa pasé por CEPAL y un buen amigo y colega me mostró un libro que recién había recibido: Peasant poverty and persistence in the 21st century: theories, debates, realities and policies. Me dijo “dale una hojeada, te va a interesar”, y si querés te consigo una copia. En realidad terminó prestándome la suya. Haciendo escala en Frankfurt le mando un Whatsapp y le digo “¡este libro es un bombazo!”. De allí en adelante nos dimos a la tarea de organizar un conversatorio con uno de los autores, Julio Boltvinik.
No conocía personalmente a Boltvinik, pero su nombre y sus ideas me eran familiares desde el año 2002 cuando la red de las universidades jesuitas de América Latina (AUSJAL) decidió diseñar e impartir el primer curso continental sobre pobreza. Mente aguda y muy comprometida con el tema, que habla transmitiendo pasión y sentido de urgencia.
La publicación trata de dar respuesta a dos preguntas: ¿por qué todavía hay campesinos en el mundo? y ¿por qué son pobres? De hecho, haciendo referencia al Reporte de Pobreza Rural 2011 del FIDA, el cual estima en aproximadamente en mil millones el número de personas pobres que viven en el medio rural, sugiere que las metodologías utilizadas para la medición de la pobreza subestiman el fenómeno.
Desde allí quedé enganchado y a medida que avanzaba pensaba en la enorme necesidad que tenemos de hablar de pobreza y campesinos. Pensaba en América Latina, región dizque mayoritariamente urbana, con niveles de pobreza que se han estancado en los últimos años, y con grandes, enormes, deficiencias en las instituciones que atienden la agricultura y a las personas que habitan el espacio rural. Pensaba en esos países donde casi se ha maldecido la palabra campesino, y la ha arrinconado en la esquina de términos peyorativos y politizados, que despiertan reacciones tan viscerales como irracionales.
¡Bien que nos caería reabrir esa conversación! Darle contenido y tratar de entender a ese sujeto tan vilipendiado como mitificado. Sujeto que ha quedado enterrado bajo eso que podríamos llamar los silencios de la ruralidad: el silencio narrativo, pues sabemos de sobra que la manera más efectiva de restarle importancia a algo es ignorarlo, dejar de hablar de ello, dejar de generar estadísticas y medirlo, hacer como que no existe. Y el silencio institucional, que siempre es el espejo operacional de una narrativa, de un discurso político y social que ignora y mira convenientemente hacia otra parte.
La tesis central de la publicación gravita alrededor de la estacionalidad agrícola y las consecuencias que tiene sobre las condiciones de vida del campesino. Es decir, el ciclo de un cultivo, que solamente demanda trabajo por una parte del año, obligándolo a buscar formas de generar ingresos complementarios en otras actividades. Y de la manera en que lo logra se derivan explicaciones de su pobreza pero también de su supervivencia a lo largo del tiempo, a lo largo de la historia. Se trata entonces de entender y proponer formas para resolver la aparente contradicción entre la lógica del mercado, que tiende a organizarse en formas de producción homogéneas y continuas, y las formas de vida del campesino, que son diversas por naturaleza.
Como bien lo describe Armando Bartra, otro de los autores del libro, “(…) los mesoamericanos no sembramos maíz, creamos milpas. Son cosas diferentes. El maíz es una planta y la milpa un estilo de vida. El maíz plantado solo es algo monótono, mientras que la milpa es variedad: en ella, el maíz, los frijoles, los guisantes, las habas, la calabaza, el chile, las peras vegetales, los tomates silvestres, el amaranto, los árboles frutales, el nopal, y la variada fauna que los acompaña, todos se entremezclan. (...) Ellos en climas fríos producen sus alimentos en plantaciones homogéneas mientras que nosotros, cuando nos dejan continuar nuestra vocación agroecológica, lo cosechamos en jardines barrocos.”
En tiempos de alta volatilidad climática y económica es muy importante recuperar perspectiva en la comprensión del campesino, sus formas de vida y su papel en el desarrollo. No hacerlo es seguir insistiendo en un relato incompleto, que ignora o esconde la realidad de una parte importante de Latinoamericana: pobre, rural, y muy desigual.